Salió de su casa pretendiendo lo de siempre, lo básico: encontrar una forma medianamente entretenida de pasar el tiempo, de huir de sus pensamientos y de todo cuanto se maquinaba en su corazón. Tomó el taxi y mientras se dirigía al aeropuerto pensaba en lo divertido que sería estar en el mar, disfrutando del sol y sin que esto afectará significativamente sus arcas.
Estaba ávido de entregarse a la huida. A escapar del ruido que tanto ama, de esa realidad que disfruta pero que lo atormenta al mismo tiempo; así que sin pensarlo pidió al conductor que acelerara la velocidad.
Una vez en el aeropuerto se apresuró a chequearse y entró a la sala en la que esperaría por espacio de una hora. Los minutos y segundos transcurrían de la misma forma como lo habían hecho los últimos meses, cada uno con mayor lentitud que el anterior, parecía ser que ese sería su karma por un buen tiempo.
Fue entonces cuando entendió que no podía huir de aquello que le motivaba por esos días y que le ponía sal a su vida.
Una vez con esa claridad y con la certeza de que no se retractaría de su idea de viajar, optó por la calma de conversar consigo entrecruzando sus pensamientos incluso cuando los unos no tuvieran una relación expresa con los otros. Así logró matar el tiempo hasta montarse al avión y sorprenderse una vez más de lo que ya no debería sorprenderle, por la cantidad de veces que lo había experimentado, pero que igualmente sucedía cada vez que lo podía hacer: volar.
En el aire se sentía pleno, libre pese a que sus piernas no cabían en el espacio destinado para ellas y a estar más encerrado que de costumbre. Allí pensaba en él, en ese amor que le quitaba el sueño y que le cortaba las ganas de respirar. Pensaba en lo impensable, en aquello en lo que no debía pensar, en la razón por la que huía al mar. El efecto fue sentir una vez más como su corazón se precipitaba tan fuerte como las lluvias en el Caribe y como sus piernas la primera vez que lo besó; y la segunda vez que lo pudo tener de esa forma, su favorita, amándolo.
Algunas lágrimas se escurrieron por su cara que se encontraba árida de no llorar, y sonrió al sentirse tan perdida y transtornadamente enamorado, como si fuera la primera vez. Recobró la calma y con la mejor sonrisa abordó a su compañera de silla; una mujer de raza negra que no había parado de mirarlo desde el momento en que se sentó.
La mujer que aparentaba ser de pocas palabras aceptó de buena gana la conversa y se entregó a un monologo que exponía ampliamente las razones por las cuales ella era perfecta. Mientras tanto él se permitía sonreír al tiempo que pensaba en lo patética que se veía ella tratando de convencerlo a él pero sobretodo a sí misma de su felicidad.
La sonrisa de él provocó en ella emoción que posteriormente se convirtió en excitación que se tradujo en un atrevido apretón a los huevos de él. Nerviosamente él volvió a sonreír con un rubor en sus mejillas que a gritos le pedía que se detuviera y con la convicción total de que ella era patética.
Mirándola a los ojos y con la mayor cortesía que pudo retiró la mano de la extraña de su entrepierna, y la incauta sin reparo ataco de nuevo. “Eres patética” – le dijo-. “Porque me dices eso” –contesto- Porque me gustan los hombres y tú estás lejos de ser uno.
Estupefacta, la mujer retiro sus manos del miembro de él y con dignidad volvió a su lectura mientras repetidamente y a gritos afirmaba que esa parecía ser la hora más larga de su vida.
Finalmente sus pies estaban de nuevo en tierra y su piel pegajosa como siempre que arrivaba a ese lugar. El aire caliente lo renovaba con ese olor a costa y mar que por más que trataba no podía definir.
Caminó hasta el hotel, se instaló y partió hacia el primer compromiso del viaje una tortuosa cena en la que padeció los comentarios de los comensales que durante dos horas lo llevaron por la conocida dimensión del aburrimiento.
Amaneció. El solo acarició su rostro a través de los velos que cubrían las ventanas; el abrió los ojos y mientras identificaba el lugar en el que amanecía sonrió. Era ese el ritual de cada mañana, despertara donde despertara; siempre desde que podía tener memoria.
Posterior a vestirse y desayunar tomo su equipaje y se dirigió al puerto, en verdad parecía que se tratara de una huída; estaba particularmente afanado y con la melancolía en sus ojos. Aquel plan era soñado para él, pero en ese momento el no se sentía completo, lo sentía como una imposición de la vida que asumiría más no como un premio.
Tras dos horas de camino en una lancha rápida el eterno viaje terminó se encontraba en ese lugar de ensueño que años antes conoció y nunca pensó que volvería a visitar. Ahora todo sería diferente, ya no sería por unas horas sino por varios días. AL ver el paisaje se sintió maravillado, se imaginó entre las cálidas aguas del trópico con él, nadando entre los corales y los manglares o simplemente tomando el sol con tranquilidad pero siempre con él.
Pero ese sueño de despierto terminó al recordar que ese él no estaba allí que yacía a Kilómetros de allí, así que entendió que las horas serían largas en ese lugar de ensueño. Entendió que sin las comodidades de la ciudad no tendría otra opción que hacer su trabajo y simpatizar con sus compañeros de viaje para no enloquecer. Y así fue entre palabras, anécdotas y risas que no se repetirían una vez regresaran a la realidad, logró pasar el tiempo, claramente reflexionando sobre sí, sobre ese amor que le inflama el corazón y lo que significaba en su vida.
Pensando sobre todo y sobre nada, para simplemente entender que no se trataba de una huida, que se trataba de un encuentro dentro de su corazón, con sus emociones y con todo aquello que no podía negar.
Con la calma que solo trae cumplir con los objetivos se animó a sonreir y llorar de nuevo antes de volver a la realidad.
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