sábado, 22 de septiembre de 2012


'Una moral tan baja como su talla'

Cuando pone el primer pie sobre la arena, todo se paraliza, las cabezas de todos los presentes obligadamente giran hacia donde él se encuentra para permitir a los ojos mirar con comodidad su desfile hasta el centro de la playa. Siempre escoge el mismo lugar. El mismo “hot spot”, en el que él sabe es y será el centro de todas las miradas. La forma como contonea sus carnes de un lado al otro me recuerda los desfiles de las reinas en Cartagena, la misma carnicería, pero sin tan sólo un intento por mostrar algo de clase. No, aquí no hay pie a ese tipo de pretensiones. El acercamiento es al mismo tiempo tan engañoso como honesto. Como dicen por ahí: todos saben a lo que van.

Me resulta bastante curioso el efecto que genera en todos los demás. Al principio pensé que se trataba de algún tipo de impresión dado que es de talla bastante baja, aunque no lo suficiente para ser considerado un “enano” como despectivamente algunas personas llaman a quienes tienen corta estatura. Pero no, la atracción no tiene tanto que ver con cuánto mide como con su moral.

Algunos afirman que hizo el transito perfecto de Beach Boy, primero entregando toallas y tragos a los huéspedes de los hoteles cinco estrellas de South Beach, luego como bartender-stripper en los bares gay, para finalmente convertirse en scort; o como vulgarmente se le llamaría en cualquier parte de Latinoamérica, en un puto.

Lo cierto, es que su contoneo no demuestra bajeza alguna; por el contrario exhibe con alarde una altivez que ralla en la arrogancia. Él sabe que su desfile es admirado y mejor aún bien valorado por los turistas que no escatiman en pagar sus altos honorarios, bien sea por el placer que generan sus talentos en las artes amatorias o por el simple fetiche de cumplir la fantasía de tener entre las sábanas a alguien que puede ser tan bajo y tan alto a la vez.

-“Hola guapo”, alguien le dice.

-“Gracias por el piropo papo, pero si quieres llegar a la siguiente base vas a tener que gastar más que palabras”, dice él.


Acto seguido las palabras dejan de ser moneda y los billetes verdes son la única llave que abre todas sus puertas. Primero las de su boca, de la cual emanan sonrisas casi autenticas y palabras complacientes y tan falsas como la seguridad de su desfile en la playa y su aparente felicidad. Luego las de sus manos, cargadas de roces con las puntas de sus dedos; los mismos que irán a donde quiera que el mejor postor lo requiera. Y si los billetes siguen cayendo en sus bolsillos, las de su piel que permiten caricias y manoseos desprovistos de cualquier clase de inocencia. Claro está que todo finaliza o mejor dicho empieza, en las de sus adentros que de par en par pueden recibir en su pequeña humanidad brutales embestidas, de las cuales como el torero más experto saldrá bien librado tal vez no recibiendo un grito de “ole” como recompensa,  pero si uno de “papi you are the best”, por supuesto acompañado de más verdes.


Su historia que no conozco, no ha de ser muy distinta a la de tantos que como él viven de su cuerpo o mejor aún de las fantasías, inseguridades y fetiches de los demás. Sin embargo, es tal vez la que al menos en mi imaginario de espectador sin nombre, resulta más fascinante, probablemente porque literalmente se ha contoneado frente a mis ojos.

No le conozco y no le conoceré, en realidad no sé si su moral es tan baja como su talla, no le he hablado y estoy seguro de que jamás cruzaremos palabra, pero lo que es claro es que la combinación de su físico, su pavoneo y los rumores que se generan en torno a él; eran algo que no podía dejar de contar o al menos de hacer el intento.  

  

jueves, 13 de septiembre de 2012


El Loco

Sus nombres eran como de enciclopedia, algunos relacionados con un famoso presidente de los Estados Unidos y otros con un conde inglés. Títulos: los tenía todos, como diría mi padre, con más cartones que un tugurio y paradójicamente todos en Psicología. Sin embargo, todos ellos no le fueron suficientes para evitar que mi amiga, a la que él despectivamente llamaba ‘LCaucana, lo inmortalizara con la chapa de El Loco.

Y la verdad es que lo estaba, el único que no lo veía, al menos al principio, era yo. Lo cual más de diez años después encuentro completamente lógico. Era la típica historia del adolescente que se enamora del encantador cuarentón, con una pequeña salvedad: que el cuarentón era más bien cincuentón y el único encanto que tenía era el de manipular jovencitos.

Con claridad recuerdo el día que caminando en la calle me abordó, la seguridad de todas y cada una de sus palabras, pero por sobre todo esa arrogancia disfrazada de inteligencia que sin darme cuenta me cautivó. Pero repito, diez años después todo luce bastante diferente.
A ese primer encuentro callejero sobreviví gracias a la negación absoluta en la que vivía por aquel entonces. No puedo negar que en mis adentros lo único que deseaba era experimentar todo ese mundo desconocido del cual El Loco parecía tener las llaves de la puerta de entrada. Sin embargo, y como eniño de su casa, opté por huir de la situación, pensando en que ese sería un personaje del que no volvería a saber, al tiempo que me sentía aliviado de saber que no me dejé llevar por mi instinto y que aún podía defender a capa y espada el ser heterosexual.

De haber sido todo de la forma como lo pensé otra habría sido la historia. No obstante en una jugada absurda, marcada por la casualidad, meses después me lo encontré en frente de la puerta de mi edificio. En el primer momento no supe que pensar, llegué a preguntarme si era posible que el personaje me estuviera siguiendo. Pero que va, sólo se trataba de una vulgar casualidad: su mejor amiga era mi vecina.

Cinco minutos tardó la vecina en aparecer, una ventana corta de tiempo que le fue suficiente para lograr obtener el número de mi teléfono y una cita conmigo. Afortunadamente no tuvo más tiempo porque de haberlo tenido quien sabe que más cosas hubiese conseguido. Eso es lo que pienso hoy diez años después, pero en ese momento, no podía parar de repetirme a mi mismo y a los pocos amigos que sabían de mi “gaycismo” que se trataba del destino y que parecía ser que había encontrado el amor.
A partir de ese momento fuimos inseparables, no hubo un solo día que pasara sin que nos viéramos y sin que yo recibiera miles de atenciones de su parte. Todas y cada una enfocadas en hacerme sentir el rey del universo, en mostrarme un mundo que hasta ese entonces jamás había tenido; un universo al cual él sabía que yo no iba a poder renunciar con facilidad.

Era como si día a día con cada cena, regalo y detalle, forjara las barras de la jaula de oro en la que me encerraría para tenerme como su tesoro más preciado. Y yo como oveja que sigue a su pastor, no pude ver más allá de mis narices. Lo único que podía ver era que estaba viviendo mi propia cinderella story, en la que todo era color de rosa. En ese momento no pude imaginar que la miel de la luna se convertiría en hiel. En una tan amarga como sólo puede sentirse en el gusto tras horas enteras de vomitar sin pausa.

Pero volviendo al curso de la historia, en su propósito de tenerme, El Loco lo hizo todo. Eso tengo que reconocerlo. Desde ingeniarse declaraciones extremas de amor como parafrasear fragmentos de El Principito de Antoine de Saint-Exupéry, a la luz de las velas en un restaurante reservado exclusivamente para los dos. ¿Increíble cierto?

Pero eso no fue todo, al tiempo que me bombardeaba con sus dardos de romance, se aseguró de cubrir todas y cada una de mis válvulas de escape. Para ello se hizo amigo de todos mis amigos, lo cual le permitió estar en cada uno de los planes a los que pudiera haber lugar. No hubo fiesta, tomada de tragos o simple reunión en la que El Loco’ no estuviera presente. Adicionalmente, se aseguró de encantar con sus atenciones a todo mi entorno, incluso logrando poner a algunos de ellos a su total servicio. No había nada que fuera imposible de conseguir para El Loco. Desde licor y comida hasta marihuana y otras ayudas. Todo siempre a manos llenas y al extremo.

Uno a uno de mis amigos cayó en el juego, con excepción de ‘LCaucana’, quien fue directa en manifestar sus intenciones de no ser parte de él. Razón por la que la odió y vetó de toda nuestra agenda social.  

Todos y cada uno de mis pasos eran controlados. El Loco sabía mis horarios de clase, las horas en las que salía y llegaba a casa, si me reunía para un trabajo o si me iba al gimnasio; todo, incluso cuando yo no se lo contará. Así, sin darme cuenta, a mis escasos 20 años terminé convertido en el novio objeto. En una parte más del mobiliario de su apartamento, sólo que a diferencia de las lámparas de cristal Bacarat, yo era objeto de sus más bajos deseos, de sus celos enfermizos, de su obsesión por controlar y manipular. Del amor al odio hay solo un paso dicen las abuelas, así como lo hay del deseo sexual al asco, si queremos definir cómo se torno la alcoba en la parte final de esta relación enfermiza.

Así tal cual fue mi primera experiencia en el abismo del amor homosexual: extrema. De la pasión y el enamoramiento desenfrenado a la desesperación y a la impotencia de no poder terminar una cadena de extraña e inconcebible dependencia. El final de esta historia se lo pueden imaginar: adolescente deja de serlo y descubre a cincuentón con harem de jovencitos. Sólo una consideración final, lo único que diez años después sigue siendo igual, es el hecho de que El Loco, me enseñó a reconocer lo que no quiero tener en mi vida y eso no tiene precio!, como dice cierta publicidad, para todo lo demás existe MasterCard.

domingo, 9 de septiembre de 2012


Culpa

Son las 7 de la noche del lunes y contrario a lo que es costumbre, no estoy recostado en mi cama viendo televisión, descansando del estrés de un largo de día de trabajo. Por el contrario, me encuentro limpiando; y lo hago con fuerza, con un ánimo y una energía que ni yo mismo reconozco. Supongo que la concentración en quitar la grasa del mesón de mi cocina proviene de la impotencia que me produce mi incapacidad  para limpiar mi conciencia. Por eso limpio, al tiempo que trato de escapar de la culpa que vive en mis adentros.

Todo comenzó un domingo en la tarde dos años atrás, en el que tras un almuerzo epifánico declare acerca de mi necesidad de conocer a alguien sin las complicaciones propias del amor, es decir sin el drama y  la dependencia. Así fue como caminando de vuelta de mi casa en una esquina conocida vi una cara completamente desconocida. Unos ojos azules que no paraban de observarme y que por supuesto yo no podía dejar de mirar. El duelo de miradas se mantuvo hasta el punto en que quedamos uno en frente del otro sin otra opción que saludarse como si fuéramos viejos conocidos.

Minutos después me encontraba sentado en la hierba de un parque del sector teniendo una de las charlas más entretenidas que había tenido hasta ese entonces. Era como si se tratara de una cita más, pero con la adrenalina que solo aquellos encuentros que empiezan con un “hello stranger” pueden tener. A la charla le siguió una copa en su apartamento, ubicado a tan solo unos cuantos pasos de donde nos encontrábamos. Sin embargo una copa no fue suficiente y pese al temor de empezar el lunes con una resaca monumental, varios corchos fueron penetrados por la filosa punta de acero con la que mi anfitrión abrió cada una de las botellas.

Hablamos de lo divino y lo humano, al tiempo que cada vez menos prendas cubrían nuestros cuerpos. Mientras nos besábamos acaloradamente supe de su novio que se encontraba disfrutando del verano europeo y que no volvería hasta el inicio del otoño. Esa noche no pregunte más, me entregue a los besos y caricias del extraño, celebrando que tuviera novio y poder disfrutar de el sin grandes rollos mentales.

Recuerdo la atracción de ese momento, la misma que siento ahora. Esa necesidad vísceral de acercar mi cuerpo al suyo, de encontrar puentes de conexión entre su cuerpo y el mío. Aun puedo sentir su tupida barba raspando la piel de todo mi cuerpo, la humedad de su lengua recorriéndome, la calidez de sus labios al tocarme. No hubo uno solo de mis recovecos corporales, que él no haya alcanzado, como no quedo ninguno de él en el que yo no haya estado.

Después de haber disfrutado inmensamente el uno del otro; me invito a pasar la noche con el, en su cama, la misma de su novio ausente, la misma en la que aun anhelo estar. Una propuesta tentadora a la que respondí yéndome a mi casa y afirmando que sería en otra oportunidad.