Rabino
Miro el reloj y
son las 6:30 pm, aún falta más de una hora para la cita que tengo con mi amigo,
pero la verdad camino con prisa, claramente no porque vaya tarde, sino porque
llevo horas con la boca hecha agua pensando en el primer trago de la noche. Como
el más consagrado de los alcohólicos sólo pienso en esa refrescante descarga
etílica viajando por mis adentros como la forma perfecta de terminar un día de
mierda y empezar una noche memorable.
Entre más me
acerco al lugar, más me convenzo de que nada ni nadie, va a impedir que en los
próximos cinco minutos me tome ese primer trago solitario. Pero como para que
algo no pase lo único que se necesita es realmente quererlo, justo a una cuadra
de mi destino aparece ese algo y alguien que sin duda alguna va a desviarme del
camino. Su nombre es David o al menos así se llama por esa noche. Tiene 45 años
pero por su apariencia a simple vista habría podido ponerle 10 o 15 más. No se
puede decir que es gordo pero tampoco es flaco es lo que los gringos llamarían chuby, lo que en combinación con su
metro y 60 centímetros de estatura lo hace ver más rechoncho de lo que en
verdad es.
El punto es que
es muy poco agraciado, probablemente por el descuido de su barba y los lentes
culo de botella que lleva. Claramente no es su belleza lo que hace que me
detenga y posponga ese trago en el que tanto he pensado por las últimas dos
horas; pero si la bizarra forma en la que él decide acercarse a mí.
- Are
you gay? Susurra desde su carro con la ventana medio abierta y como aquel que
tira le piedra y esconde la mano.
- Excuse
me? Respondo.
- Are you gay? because if you are I really need to
talk to you. I am desperate and I am willing to generously pay for your time. Are
you gay?
- Yes,
I am. Digo casi como por instinto, mientras me acerco a la ventana del
automóvil para ver la cara de quien me habla.
La verdad es que
la situación es bastante extraña, en medio del ruido y de ese caos ambulante de
la ciudad me encuentro allí, sin saber que contestar a la necesidad de David de
hablar con un gay. No conmigo, sino con un gay sin nombre, al que tal vez quiera
para picar en cuadros y guardar en el congelador de su nevera para literalmente
comérselo de a poquitos; o simplemente como ya lo ha dicho para hablar.
Me tomo unos
segundos para meditarlo y llegó a la conclusión que su llamado no es el que
hace un asesino de sangre fría, sino un hombre desesperado al borde del abismo,
pienso que para no quedarme con la duda sobre lo que lo atormenta lo mejor es
aceptar. Además después de un día de mierda tal vez no es un trago lo que
necesito para tener una noche memorable. De repente lo mejor que me puede pasar
es escuchar la historia de alguien que está peor que yo, la de quien
literalmente está en la inmunda.
Desde la ventana
le pregunto de qué quiere hablar y le aclaro que no soy ningún puto si es sexo lo
que anda buscando. A lo que responde entre lágrimas que realmente lo único que
quiere es conversar. Al verlo llorar la curiosidad se empieza a convertir en
pereza, pero pienso que ya entrado en gastos que más da escucharle la historia
de su vida por un rato y sacar partido de ello. Al fin y al cabo la plata nunca
sobra.
Sin pensarlo más le
digo que sí voy a hablar con él pero le aclaro que si el carro va a estar en
movimiento yo manejo. Él duda por un momento pero al ver que es mi única
condición, acepta y se cambia al puesto el copiloto. Empiezo a manejar en círculos
por las mismas cuadras, en la misma media hora no sé cuántas veces pasamos por debajo
del High Line Park, sólo sé que
muchas. Así entré semáforos y trancones, empieza la sesión de sicoanálisis.
Juego al loquero, irónico rol cuando no he encontrado siquiera la solución a
mis propias angustias; aunque lo cierto es que siempre es y será más fácil ver
la paja en el ojo ajeno.
Empezamos a dar vueltas en círculo por las mismas cuatro cuadras, al tiempo que David empieza contar su historia a pedazos.
Empezamos a dar vueltas en círculo por las mismas cuatro cuadras, al tiempo que David empieza contar su historia a pedazos.
Me cuenta que es el
rabino de su comunidad, que se acaba de divorciar y que lo único que desea es
poder tener sexo con un hombre por primera vez en su vida, pero que su problema
es que literalmente no sabe cómo levantarse un tipo en otras palabras que no
sabe cómo ser gay. Al principio pienso que su dilema es con dios y que no
acepta su homosexualidad, a lo que le digo que aunque tenemos distintas creencias
al final del día dios es el mismo, que él es amor y que el acepta a todas sus
criaturas tal cual como son.
Sin embargo ese no es el tipo de charla que David quiere tener. Literalmente ha aceptado su condición homosexual, su angustia no es con dios, es con el hecho de que sabe que su apariencia no es atractiva y que genera rechazo entre los gays.
Sin embargo ese no es el tipo de charla que David quiere tener. Literalmente ha aceptado su condición homosexual, su angustia no es con dios, es con el hecho de que sabe que su apariencia no es atractiva y que genera rechazo entre los gays.
Durante la siguiente media hora, el tema da infinitas vueltas alrededor del cómo hacer para que David pueda llamar la atención de los hombres, a qué lugares ir, cómo abordarlos, como concretar la situación para que pase del dicho al hecho o mejor dicho al lecho. En pocas palabras lo que él quiere es follar, no conmigo, de mi quiere una guía práctica para conseguirlo, el ABC para que el rabino inexperto pueda conseguir un polvo gay. Hago lo que puedo, pero tengo claro que casi todo lo que le estoy diciendo va a ser inútil si no se corta esa barba larga y descuidada.
Jugándome la última de mis cartas, le habló de los sitios de ligue online. Cuando lo menciono reacciona primero con escepticismo pero no cierra la puerta a la posibilidad. Cuando le hablo más en detalle sus ojos se empiezan a iluminar, de hecho es la primera vez en la noche que deja el tono de tragedia y de hecho empieza a sonreír. Eureka, encontré la solución que este pastor de almas estaba buscando.
Son las 7:15 de
la noche y parqueo el carro de David en la misma esquina en la que me subí. Le
deseo una buena vida y sobre todo una buena cacería y me bajo. Me voy
riendo y pensando que tal vez mis métodos no son los más ortodoxos, pero si los
más efectivos. Me subí a ese auto a hablar con un hombre deprimido y
desesperado y dejé un hombre feliz. No sé por cuanto le dure la felicidad pero
ese no es mi problema. Al fin de cuentas la felicidad no es más que momentos,
efímeras porciones de tiempo que recibimos a cuenta gotas a lo largo de
nuestras vidas.
Camino satisfecho
porque hice lo que pude, para ayudarlo, incluso mentirle piadosamente cuando me
preguntó si en realidad él era muy feo. La verdad es que sí, pero le respondí
que no se preocupará que en este mundo hay demanda para todo tipo de oferta.
Llego a la barra
del bar y mi amigo ya está ahí. Me pregunta por mi día de mierda, miro mi billetera
y mientras pienso en que me acabo de ganar los $200 dólares más fáciles de toda mi vida, le
contesto que al final de cuentas no estuvo tan mal y que esta noche invito yo.