Letras habladas
Las formas gaseosas, elevan las miradas, las seducen y las llevan en un recorrido milimétrico y minucioso por la madera pulida y brillantemente trabajada, de las vigas y las gradas. Con los ojos se logra sentir cada molécula, cada partícula integradora de los bloques de concreto que dan forma a aquel recinto.
Voces, labios, cuerpos y otras miradas se cruzan y se chocan en aquella carrera visual. Al terminar el recorrido: la ventana. Límite de nuestra ensoñación, de nuestro compartir hecho palabra, gesto y risa.
Palpadamente, hemos devorado el lugar, pese a los escasos cinco minutos que llevamos en el espacio. Pretendemos aislarnos del mundo por unos minutos, mitigar el frío con una taza de café caliente; y yo, calmar los visos de soledad que intentan alcanzarme y que a veces hasta respiran sobre mi espalda.
Un sorbo, que calienta mis labios, otro que inunda mis adentros de una calidez que es ambrosía para el cuerpo y paz para el espíritu. Una sonrisa, dos y hasta tres, palabras que van y vienen; y una calma que carga las baterías. Letras habladas que recorren la mente y la conciencia, que socavan y descubren la sensibilidad oculta bajo la piel.
Temas de lunes en un atardecer de sábado, bruma melancólica y aire de nostalgia; oídos con ganas de jazz y un cielo que se torna a blues, a colores de un frío que pretende ser roto con la música de nuestras palabras y de nuestros pasos; que deciden llevarnos a encontrar nuestra suerte por los caminos de la bohemia y la historia. La de él, la mía, la de los dos y la de millones de rostros que sin haber estado nunca allí, también forman parte de ello.
Reflexiones de lunes, que entrada la noche de sábado, le hacen frente y oposición a la rumba y al etílico sabor a tres esquinas de una noche de fin de semana por la capital. Letras habladas que como llegan se van, que te agarran y te sueltan pero que dejan en boca y oídos ganas de volverlas a oír y hablar.
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