¿Y qué más?
Hace unos días compartiendo un café con amigo, en la candelaria, en el centro histórico de Bogotá, entre humo y palabras, surgió un tema del que todo hombre, homosexual o no, puede opinar, sin embrago el calibre de las opiniones puede variar de acuerdo a la experiencia personal con el asunto.
En el caso de mi acompañante, el tema resulta ser casi una pulsión, le estresa y perturba, pues se podría decir que él es un citofóbico, dada la gran cantidad de citas hartas que ha podido vivenciar. En mi caso, las citas hartas no alcanzan a tomar esas dimensiones, pero si he de decir que me perturban lo suficiente como para dedicarles unas cuantas letras y otros tantos pensamientos. Es por eso que he decidido reconstruir de forma literaria algunos apartes de aquella conversación, que estuvo rodeada de jazz, risas, tinto fumado y anécdotas.
-¡Odio las citas jartas!
-¿A qué te refieres con eso?
-A cuando estás en plena rumba, ves un tipo que te gusta. Porque está bueno, baila bien, es bonito; y además al flirtearle y jugar con miradas y sonrisas coquetas te das cuenta de que te copia.
-el típico levante discotequero, pero si eso es rico…
- calma, que hasta ahora estamos empezando. Retomo, con los antecedentes de la noche te armas de todo tu arsenal de tácticas y argucias para levantar y terminas bailando con él e involucrado en un juego de miradas y risas coquetas, para finalmente en medio del estruendo del lugar sacarle el número de su teléfono o de celular que es lo más común.
-Perfecto pero insisto, ¿dónde está lo jarto o lo mamón del asunto?
- Todavía no empieza. Lo aburridor de la vaina no se da ese día, en algunos casos, lo molesto llega un día después cuando, emocionado, por el medio levante de la noche anterior lo llamas, le hablas medio bonito, dependiendo de la emoción y para empezar con los clichés le dices: tomémonos un café, te recojo en una hora.
Escarbas como gallina tu clóset, sacas lo mejor que tengas para la ocasión te demoras casi la hora que tienes para recogerlo, pensando cual es la pinta apropiada; aquella que no demuestre el hambre y las ganas de verte espectacular, pero que no te haga ver mal vestido. ¡Por fin la encuentras!; vuelas en tu carro atravesando la ciudad, porque además casi siempre el personaje de la rumba vive en la mierda de tu casa. Cuando por fin llegas allá, le timbras al celular y le pides que baje.
Lo miras de arriba abajo, queriendo corroborar que los tragos no te jugaron una mala pasada; y que contrario a lo que recuerdas el tipo es una boleta. De arriba debajo de izquierda a derecha y viceversa, el tipo sigue siendo perfecto; de hecho, se ve mejor de día que de noche y con tragos. Y tú haciendo uso de tus técnicas de casanova experimentado le dices que se ve aún mejor a la luz del día que en la oscuridad de la disco. El personaje y sus apretadas ropas se monta, y pone en escena uno de los indicios más comunes de la cita jarta: un “hola cómo estás”, cantadito con una sonrisa de reina que más impostada no puede ser.
-Pero bueno por una sonrisa hipócrita y un tono tonto en la voz la cita no está arruinada, además no se puede juzgar a alguien por lo primero que dice.
- Claro, que por eso no se juzga a nadie, pero resulta que las sospechas de que va a ser una cita harta se empiezan a corroborar, cuando en la media hora de camino que hay de su casa hasta el café perfecto de la T que escogiste para impresionarlo, la muletilla ¿qué más?; se repite diez o quince veces en el mejor de los casos, como un mínimo común múltiplo.
- El concierto de los monosílabos…
- Sin embargo, te calmas, lo miras y dices es divino, no puede estar arruinado y de manera estoica te mantienes en la aventura de levantártelo.Entran se sientan y le preguntas que quiere tomar y como tercera fase de la cita jarta, te contesta: “lo que tu quieras”. Tú sonríes y le devuelves sus palabras, pero el insiste en tomar lo mismo que vos o lo que termines recomendándole. Sin embargo, empiezas a pensar temas para sacarle palabras que no pertenezcan al grupo de los monosílabos.
¿ y te gusta leer?, error, pregunta a la que siempre te van a decir que sí!. Pero como vos sos terco, continuas y contrapreguntas: ¿que te gusta leer? Y él responde TV y Novelas, Shock, Jet Set, Fucsia, Hola y remata diciendo: y El Mal Pensante a veces, pero es que no entiendo casi lo que escriben allí.
Para ese momento aún se mantiene la esperanza de que todo sea una falsa impresión, que simplemente empezaste la conversación por donde no era y que debe haber un cambio. Es entonces cuando se toma la decisión de tocar otros temas. Pero como es duro escarmentar y más cuando se tiene al personaje con la cara de ángel y el cuerpo de streeper, la vuelves a cagar con otro tema de lunes que el sábado en la tarde no cuadra; como por ejemplo la actualidad política, la situación del espacio público en la ciudad, el estado de las vías, la hora zanahoría etc.
Tópicos que traen de vuelta las monosilábicas respuestas del trayecto en el carro: y qué más, y entonces, aja, umju y demás. Y es allí donde está la cuarta característica típica de la cita jarta: cuando a todo dice que si, ya sea, porque no entiende lo que se le dice, porque le aburre el tema o porque definitivamente para ese momento para él, tú ya te has convertido en la cita más jarta de su vida.
Y terminas, haciendo otro trayecto hasta la mierda que se te hace más largo que el primero y ya sin siquiera monosílabos, porque ambos han entendido que la tarde fue un fracaso y que lo que parecía perfecto en la discoteca la noche del viernes, la tarde del sábado simplemente no lo es.
Palabras más, palabras menos, así puedo ahora concluir la cátedra que me dio mi amigo sobre ese tipo de situaciones molestas en las que se puede convertir una cita. Y entre risas y varios capuchinos con cigarrillos terminó la charla con él. Encuentro en el que tocamos algunos casos más de salidas aburridoras, que por ahora no pienso tocar.
Moraleja: no siempre el levante perfecto de la rumba se traduce en la cita perfecta.
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